“… la historia se parece a un tribunal de policía”
Esto dice Claire Goll, en un formidable relato autobiográfico que, a pesar de su potencia literaria, apenas ahorma en palabras una vida desbordada (A la caza del viento, Pre-Textos, 2003, regalo que debo a un amigo lector generoso como él solo).
De esta mujer, que lucho contra el belicismo de la Gran Guerra, participó en las más atrevidas vanguardias artísticas, se opuso luego al nazismo, y durante todo su tiempo vivió de forma conflictiva los deprimentes patrones de género heredados, queremos retener la crítica con la que compara la historia como disciplina con la justicia, ocupaciones ambas que muchas veces se contentan con una actividad sentenciadora.
Recordando el nacimiento del dadaísmo en el Zúrich de entreguerras, Claire Goll da una espontánea lección historiográfica al afirmar que nada en realidad fue vivido por sus protagonistas –ella en segunda fila, entre conocidos nombres masculinos- con la “clarividencia” con la que lo relatan los historiadores del arte:
“Nuestros compromisos y nuestras provocaciones eran como el gesto de un muchacho que tira una piedra contra un escaparate que juzga demasiado feo. Su fechoría a menudo no es más que una fanfarronada o una broma de estudiante destinada a hacer reír a los amigos. Pero la historia se parece a un tribunal de policía. Si detienen al muchacho antes de emprender la huida, allí lo llevan arrestado hasta la comisaría. Los gendarmes lo interrogan, registran su habitación, descubren libros peligrosos y poemas libertarios. Entonces se interpreta su acto, se lo diseca: se establece un vínculo indiscutible entre sus lecturas anarquistas y su acto destructor. Fichado, catalogado, se convierte en un peligroso agitador que la emprende con los bienes de la apacible ciudadanía. Toda su vida, después de eso, arrastrará esa imagen”.
Catalogar, fichar, establecer vínculos indiscutibles, asignar imágenes… ¿nos suena, verdad?