Si hay una categoría que ha sido recurrentemente alimentada en la cultura occidental con imágenes de alteridad, es la de “gitano”. Más allá del debate -importante y necesario- sobre los nombres y su significado identitario, el hecho es que la imagen de “lo gitano” ha sido construida por un caudal muy amplio de narrativas de ficción, artísticas y científicas, desde hace siglos. Tanto que, como afirma Ian Hancock, quizá sea una misión imposible la de desmontar un estereotipo que, tan infiltrado en el sentido común de la sociedad, discrimina aún actualmente a comunidades enteras en el mismo corazón de la “civilizada” Europa.
Aunque sea una tarea trabajosa, la deconstrucción de estas imágenes que alimentan el prejuicio es, a juicio de quien escribe estas líneas, una obligación cívica importante para quienes estudiamos la sociedad desde distintos puntos de vista. Y la Historia no es herramienta pequeña en una tarea de demolición necesaria, pues nos ofrece precisamente la posibilidad de apreciar cómo han sido construidas culturalmente ciertas realidades sociales y políticas que no tienen nada de naturales, inevitables ni necesarias.